En marzo de 1982, un grupo de obreros y técnicos argentinos llegaban a las islas Georgias del Sur, a 1.500 kilómetros de las Malvinas, para desmontar viejas instalaciones balleneras que serían vendidas como chatarra. Lo que nunca imaginaron es que ese plan se frustraría y sería la chispa que precipitó el inicio de la guerra por la soberanía de ambos archipiélagos.
En medio de un complicado contexto -la dictadura argentina llevaba meses proyectando en secreto recuperar las islas y las tensiones con Reino Unido aumentaban- nada hizo presagiar a los operarios que acabarían siendo rehenes de la tormenta perfecta.