Nadie quiere hablar de control de armas, de soluciones a los tiroteos, de los debates estériles que se activan periódicamente en Washington. A los familiares de las víctimas en Uvalde, las palabras se les atragantan en la garganta: no hay recetas que valgan.
"Mi nieta no se merecía esto", dice Esmeralda Bravo, acorralada por un tropel de periodistas a los que pide, primero con los ojos y después con una voz tímida y temblorosa, que se alejen, que no puede hablar más.