El dolor por la abrupta muerte de Diana de Gales en París hace 25 años generó una mayor complicidad entre sus hijos, Guillermo y Enrique, una sintonía hoy inexistente atribuida a la irrupción en la familia real británica de la estadounidense Meghan, duquesa de Sussex.
En un país que atraviesa una época incierta a la espera de conocer quién será su nuevo primer ministro tras la dimisión de Boris Johnson y sumido en una crisis por el incremento del coste de la vida, el recuerdo de lady Di sigue presente, aunque cada vez más difuminado.